Cuando
comencé el voluntariado con niños en riesgo de exclusión social, sentía cierto
temor hacia lo que me podía encontrar y hacia como me iba a influir, pero estos
temores se fueron disipando poco a poco al conocer a los niños cada vez mejor,
ya que te das cuenta que lo único que les hace diferentes del resto es que
necesitan más cariño y ayuda, porque viven en un realidad donde carecen de
ello.
Para
mí este voluntariado se ha convertido en parte de mi vida, no me supone ningún
sacrificio ir y hacer que durante un par de horas los niños disfruten y
sientan que hay alguien que se preocupa
por ellos. Y creo que poco a poco lo estoy consiguiendo ya que uno de los niños
que acuden al centro, un día me preguntó qué por qué acudía allí, le respondí
que porque ellos me importaban y ante mi sorpresa él me sonrió y dijo: “eso ya
lo sé”. Ese día me di cuenta de que he empezado a formar parte de su vida de
manera permanente y que el voluntariado es algo más que dar, ya que también
recibes, en mi caso creo que recibo más de lo que doy.
Cada
sonrisa que veo aparecer en la cara de los niños supone una batalla ganada y
aliciente más para seguir.